Esta semana fue una de esas semanas en las que sentí que me movía contra el viento. Con las mejores intenciones, no hice más que empujar y empujar en mi trabajo. El resultado: conflictos con mis alumnos, malentendidos con mis colegas y al final de la semana estaba yo agotada, confundida y frustrada. Una vieja y recurrente pregunta flotaba en mi mente el sábado por la mañana cuando me desperté: ¿Por qué todo el mundo está tan frustrado cuando estoy haciendo lo mejor que puedo?
“Despacio que tengo prisa” decía mi abuela.
Hay días, semanas, meses y hasta años en los que sentimos que no hacemos más que correr contra corriente. Cada día se siente como una mini batalla entre nosotros y el resto del mundo.
Hay días, semanas, meses y hasta años en los que al irnos a la cama, sentimos que estuvimos empujando obstáculos invisibles y por tanto bien pesados.
Y seguimos empujando, y el cuerpo se siente cansado y la mente se siente cansada.
Nuestras interacciones con los demás se vuelven pesadas como plomo y a cada vuelta de esquina se presenta una nueva situación de conflicto.
Palabras indeseadas salen de nuestra boca, perdemos paciencia, perdemos control.
¿Cuánto tiempo vamos a seguir empujando? ¿Cuánta energía creemos que tenemos para desperdiciar de esta manera?
Una herramienta que tenemos y de la cual me olvidé esta semana, es: bajar la velocidad. Tomar una pausa, tomar dos pausas, tomar muchas pausas. Jugar el juego de poner atención en cada movimiento, caminar un poco más lento, moverse un poco más lento. En conversaciones, contar hasta cinco o diez antes de contestar y jugar con las palabras en la mente, cuáles son las más adecuadas, cuáles van a ayudar a llevar la conversación a un lugar de diálogo y solución y cuáles no.
¿Contra qué y contra quién estamos empujando? A veces nos comportamos como Don Quijote, estamos luchando contra monstruos que no existen. Porque al ir tan rápido, al olvidar que tenemos la habilidad de la paciencia, nuestra percepción del mundo exterior y del ‘otro’ se distorsiona aún más.
En nuestra prisa, nos olvidamos que todos a nuestro alrededor quieren lo mismo que nosotros, paz interior, una vida feliz y libertad de ser.
Es una buena práctica, cuando sentimos que estamos empujando, luchando y no vamos a ningun lado, de tomar el tiempo para sentarnos, cerrar los ojos y ver hacia dentro de nosotros mismos. ¿Contra qué estamos empujando en realidad? ¿Qué podemos cambiar al interior de nosotros para ayudarnos a fluir y dejar de empujar?
A algunos de nosotros nos cuesta trabajo aceptar que en toda situación, en todo conflicto, la mejor solución es ver hacia adentro. ¿Qué podemos cambiar en nuestra percepción, en nuestros deseos, en nuestras espectativas para mejor fuir? No quiere decir que no debemos luchar por una buena causa, o trabajar duro hacia algún objetivo o sueño, pero empujar y empujar sin llegar a ningún lado no nos va a ayudar en nada. Al bajarl la velocidad, al darnos tiempo para ver hacia adentro, podemos:
- Encontrar claridad. Hay que tomar tiempo para reflexionar y tener bien claro cuál es nuestro objetivo. Tomar tiempo para preguntarnos ¿por qué estoy haciendo esto? A veces, en la prisa del día a día, hacemos cosas que al final no queremos hacer, no tenemos que hacer y aún peor, no sabemos ni por qué las estamos haciendo. Hay que tener nuestras intenciones claras.
- Filtrar y dejar todo lo que hacemos que no pertenece a esa claridad. Podemos ajustar nuestras actitudes, nuestras acciones de manera que dejemos de empujar y empecemos a fluir.
- Encontrar tiempo para hacer lo que consideramos necesario y dejar que lo demás fluya. Encontrar la paciencia y confiar en que lo que llegue es lo que tiene que llegar. Si lo que llega no es lo que deseamos, nos podemos preguntar qué podemos cambiar en nuestra manera de ver las cosas, o de hacer las cosas para estar más alineados con la realidad. Tal vez no es el momento, tal vez no es lo mejor para nosotros, tal vez hay una lección que aprender.
- Ahorrar energía y dejar de tratar de convencer a los demás de nuestra manera de ver las cosas. Si cometemos un error, pedir disculpas, si alguien percibe nuestras acciones de manera diferente a nuestra intención, en vez de tratar de convencer, tratar de entender esa percepción y seguir fluyendo.
Así, mi semana se terminó con disculpas dadas a los que me llevé de corbata en mi prisa, convicción de que el conflicto con mis alumnos fue necesario para aprender una lección, y la esperanza de que la próxima vez, me acordaré de ir más despacio.