Esta frase vino a mi mente un día en el que, a media tarde y entre semana, me tomé la libertad de sentarme un momento a no hacer nada. Por alguna razón, me sentí incómoda. Como si estuviera haciendo algo malo. Lo primero que pensé fue: ‘¿no tengo nada que hacer? Y obviamente que la respuesta era ‘sí’. Como ama de casa y maestra de secundaria, siempre tengo algo que hacer. Pero no tenía nada urgente que hacer. Mis clases del día siguiente estaban listas, no tenía tiempo tanto tiempo como para ponerme a limpiar la casa y no había tanta ropa sucia, además teníamos comida para los próximos días en el refri. Aún así, me senté con la sensación de que si alguien me viera, me juzgaría.
Desde hace dos o tres años, mi marido y yo estamos tratando de simplificar nuestra vida lo más que se pueda. La razón principal es que queremos pasar tiempo en familia. Tenemos tres hijos de 14, 12 y 11 años, y vemos con cierto horror lo rápido que el tiempo ha pasado desde que nuestro hijo mayor nació. No queremos un día ver atrás y darnos cuenta de que pasamos el tiempo que nuestros hijos estaban a nuestro cuidado corriendo de un lado a otro o exhaustos después de largos días llenos al tope de actividades. Este año, parece que al fin lo estamos logrando. Tiene que ver que nuestros hijos son más independientes ahora, pero también que hemos tomado decisiones con este objetivo en mente.
También me doy cuenta de que aunque todavía soy relativamente joven (43 años), mi nivel de energía no es el mismo que hace diez años. Mi actitud también tal vez ha cambiado. Después de varios años de practicar meditación, de ir a retiros de silencio y sentir lo que es tener la mente y el cuerpo tranquilos, no se me da la gana conscientemente llenar mis días tanto que por más que intente evitarlo, mis niveles de estrés regresen a lo que eran hace unos años.
La práctica de meditación y de vivir una vida consciente ayudan a mantener un estado mental más tranquilo, pero tampoco es magia. Si uno no hace mas que correr de un lado al otro, el sistema nervioso simpático es activado y cuando se vuelve algo crónico acaba uno agotado.
¿Tal vez el proceso de simplificar la vida es en cierta manera un efecto del trabajo de vivir una vida consciente? Cuando sabe uno cómo se siente vivir estresado, cuando sabe uno cómo quiere sentirse, no queda más que tener sus prioridades bien claras.
Pero regresando a la idea del ‘tiempo robado’, aunque tengo como objetivo en mi vida simplificar y correr menos, tengo bien anclado en mi inconsciente que cada minuto de mi día, especialmente entre semana, tiene que ser utilizado en hacer algo ‘productivo’ o algo para mi familia. Pero, ¿a quién pertenece el tiempo? ¿quién decide qué debo hacer con ‘mi’ tiempo?
Cada quién vive su vida como mejor puede, y últimamente pienso que si hago mi trabajo consciente de cuál es mi responsabilidad y poniendo mi mejor esfuerzo, puedo al mismo tiempo buscar el equilibrio entre el tiempo que paso haciendo mi trabajo y el tiempo que me doy para descansar o hacer algo que me ayude a desconectar mi menter por un rato. Lo mismo aplica para mis otras responsabilidades.
Tal vez parte de la ecuación es encontrar qué es lo que yo aporto en cada lugar en donde tengo responsabilidad. Esto me ayuda a tener más claro qué es suficiente, qué es lo mejor que puedo hacer bajo las circunstancias que tengo (tiempo y recursos) en vez de estarme comparando con otras personas o con un ideal inalcanzable.
Así que la próxima vez que me salga a caminar durante mi trabajo para airear mis pensamientos, o me siente a tomar un té un martes por la tarde, si las palabras ‘tiempo robado’ vienen a mi mente trataré de recordar que nadie es dueño de mi tiempo ni del tiempo de nadie. El tiempo es una herramienta que inventamos en un principio, seguramente para facilitarnos la vida, pero se ha vuelto un concepto que trae mucho estrés para la mayoría de la gente.